Cierta noche allá por los años cincuenta y siendo yo un
jovencito, algo cabeza dura y enamorado, en compañía de un primo, fuimos a la
casa de una muchacha, a eso de la media noche, pues por la tarde la habíamos
visto y nos dijo, que solo estarían ella y su hermana, la cual le gustaba a mi
primo, en casa, pues sus padres tenían que ir a visitar a un familiar que se
encontraba enferma y no se nos ocurrió mejor hora, ya que siendo un pueblo al
pie de la Sierra de Guadalupe, la gente se recogía temprano, una parte, por la
faena del campo al otro día y otra por las historias de espantos que abundan en
dichos pueblos.
En fin como decía yo siendo joven, enamorado y aventurero,
no hacia mucho caso de esas historias, aun cuando la casa de la muchacha,
quedaba muy cerca del panteón por cuya calle, siempre había apariciones, a tal
grado, que hasta el día de hoy hay varios altares con santos, para evitar que
sigan paseando por allí los espíritus y brujas; precisamente en la calle
siguiente Vivian las muchachas en cuestión.
Pues bien, una vez nos salimos de casa, a hurtadillas y con
el mayor sigilo, nos enfilamos hacia la casa de mi novia, la noche era
sumamente oscura, pues era luna nueva, el cielo completamente despejado, y
cubierto por las estréllas, la calle por la que avanzábamos de unos 80 metros de largo, estaba desierta,
lo cual, nos pareció raro, pues siendo la costumbre que en cada casa hubiera
por lo menos 2 perros, en esta ocasión ni los perros hacían el menor ruido, nosotros encantados, pues esto nos
garantizaba que nadie se enteraría de nuestra aventura, avanzábamos cautelosos,
ya estábamos a unos 25 metros de nuestro objetivo, lo sabíamos, porque se
alcanzaba a ver la barda del panteón al fondo y a la izquierda de nosotros un campo
de maíz, a la derecha una casa con un portal grande abierto de par en par, pues
la gente de pueblo en aquellas épocas no temía tanto a los ladrones, como
ahora, y a dos casas la de mi novia.
Pero... algo llamo nuestra atención en la casa del portal había
alguien, que se paseaba de un lado a otro del patio, como si esperara a
alguien, nosotros, para no ser vistos, nos metimos entre los carrizos de maíz,
para llegar al otro lado, pero cuando pasamos justamente enfrente del portal,
la vimos era una mujer con vestido blanco, pelo largo negro, que le cubría el
rostro, parecía, como si llorara y en su pena bajaba la cabeza y su cabello le
cubría el rostro, sus manos eran
blancas como el marfil, de pronto, se nos helo la sangre al ver hacia sus pies,
pues estaba flotando como a 30 cm del suelo, no caminaba, se deslizaba por el
aire, no se le veían los pies solo su largo vestido blanco.
Nos miramos uno al otro mi primo y yo, el como venia detrás
mío, solo volteo hacia nuestra casa, que estaba al otro extremo de la calle y
comenzó a retroceder, lo mas lentamente que pudo, para no llamar la atención de
la mujer, yo no se como tuve fuerzas para seguirlo, pues tenía cada cabello del
cuerpo erizado y la mandíbula trabada, sin poder moverla, avanzamos unos 5
metros entre el maizal y salimos a la calle, caminamos lo mas rápido que
pudimos, pero sin correr, ninguno quería voltear, cuando a estábamos a unos 15
metros de nuestra casa, escuchamos un lamento de mujer lastimero, largo, con un
eco, que no correspondía a nada que halla escuchado antes, ni después,
instintivamente volteamos y vimos que la mujer había salido de la casa y
flotaba a toda prisa hacia donde nosotros estábamos.
Los perros de toda la calle que en un principio parecieran
no haber estado allí, haciendo segunda a la mujer comenzaron a aullar, un
aullido largo de dolor, de terror mejor dicho, pegamos la carrera hacia la
casa, pero como si algo faltará, un repentino y fuerte viento se desato
levantando el polvo y obligándonos a avanzar casi con los ojos cerrados, y
aquella mujer volando hacia donde nosotros estábamos, sacando fuerzas de quien
sabe donde logramos llegar a la casa, entramos al patio y ya estando en la sala
atrancamos la puerta con lo que pudimos, no quisimos asomarnos a la ventana,
pero volvimos a escuchar ese gemido de dolor de la mujer en la calle, justo
enfrente de nuestra casa.
Cuando de pronto sale mi abuelita del corredor con una
veladora en una mano y una cruz de palma en la otra y nos dice aléjense de la
puerta, y puso la cruz de palma en la puerta y rezo, no se que, al terminar, el
gemido que se escuchaba en la calle seso, el viento igualmente, dejo de soplar
y los perros aunque siguieron ladrando un rato, dejaron de aullar de la forma
tan terrorífica como lo hicieron mientras nosotros corríamos, mi abuela
sonriendo, solamente nos dijo, ahora ya no volverán a andar tan noche y creerán
en parecidos, esa, que los venia siguiendo era la llorona, y se fue a dormir
llevándose su veladora, que era la única luz, que había en la sala y nosotros,
nos fuimos a nuestro cuarto, aunque no pudimos dormir hasta que amaneció y nos
venció el cansancio.
Escrito por: Ernesto Camargo Jiménez alias Yanko1976
23 de marzo de 2016